Viajar para algunos es un placer. Para otros, una necesidad. Conocí una asistente de un diplomático de Asia residente en Lima que decidió viajar a Brunei por que´-así me dijo- allí estaba la solución a sus problemas espirituales. Sin querer entrar al esoterismo, considero que viajar es un asunto que se va haciendo de a pocos como un rompecabezas que se va armando pieza a pieza, solo que sin saber cual es la imagen que se verá al finalizarlo. Nuestro ingreso al Amazonas fue de esa forma. Inesperado. Y comenzó cuando se me ocurrió cambiar mi estancia de urbanícola por una absolutamente natural.
Estábamos hartos de trabajar en los diarios. Todos se estrechaban aceleradamente. No había porvenir. Pero aun así persistíamos, por esa proclividad, defecto o manía del periodista de ser un voyerista de la vida.
Yo me retiré de ese mundo del poder para reemplazar la mediocridad parlamentaria, la inquina de los imcapaces y las ambiciones menores de tantos amigos preocupados por pequeñeces o como Jorgito, por su BMW del año, o por el tinte de cabello, por una vida de aventura en un nuevo mundo, eso si, cosmopolita y creativo. Tras experimentar como bar tender, pues se me ocurrió abrir un babilónico bar cerca de la Plaza de Armas, al que llamé el Bunker, empecé a recibir amigos como Sengo perez, fotógrafo uruguayo, Carlos Araujo, funcionario del ministerio de Tansportes, Marco Torres, asesor de la bancada fujimorista, alguna vez otros fotógrafos como Cecilia Larraburre, y claro vagos de todo país y calaña, gays en sus cumpleaños, algún proxeneta italiano que me ofreció alquilar el lugar para hacer un sex shop, bricheras, muchos antisistema, mi amigo periodista suizo Paul Brunner, la ecologista suiza Kathia Balmer, y un largo etc.
Pero pensé en que era necesario volver al priodismo con un gran tema. Eric estuvo de acuerdo, aun recuerdo. El tabajaba en la revista Dionisos del Club del Vino tomando fotografías de vinos, piscos, y comida gourmet.
Empezamos los arreglos del viaje revisando todo lo que se hablaba de la futura carretera. Para entonces ya era amigo de muchos guías de turismo, peruanos, europeos, japoneses, quienes me empezaban a dar una versión oral muy distinta a la que se venía hablando en los medios. La llamada carretera interoceánica estaba siendo muy bien maquillada, y no había razón, si es que no es que haya algo que no se quisiera mostrar. Eric y yo decidimos entrar a ese mundo y ya no mostrar hepáticamente el daño que sucede contra el ambiente, sino la hitoria de un lugar enclavado exactamente en el fin del mundo, donde hace 100 años recalaron los más raros aventureros buscadores de oro.