lunes, 13 de julio de 2009

LA LEY DEL ORO EN EL PUEBLO "LABERINTO"

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Texto: José Calderón
Fotos: Eric Dañino

En los lavaderos de oro de Madre de Dios todo huele a podrido. Capas de hedores a desague, cerveza y pescado frito hierven en la húmeda atmósfera a 37 grados centígrados. Laberinto se llama el lugar. Aquí todo se compra o vende en oro. Me quieren comprar la cámara. ¿Siete gramos está bien?, pregunta. Pruebo responder con otra pregunta ¿A cuanto me vendes un mono? Doce gramos, bufa. Una mujer en sostén está en el segundo piso de la casa de madera. Todas lo son. Mastica chicle con algo semejante al cansancio, aunque no se trata de eso. Su hijo descalzo va en uno de sus brazos. Más allá, en un kiosco precariamente montado, un indocumentado cuenta sus "charpas" de oro. Ha quemado mucho pulmón buceando nueve horas bajo el barro. Doce gramos fue la cosecha del día. Su trabajo es descender al fondo del río Inambari una enorme manguera de succión que me recuerda al mítico Pitón. Cuando llega al lecho del río el buzo debe aspirar sobre la tierra blanda hasta horada una fosa. La succionadora Nissan, gran venta de la compañía Ferreyros, tiene un poder de 12 caballos de fuerza. Con ustedes la minería submarina, una de las labotes más riesgosas del mundo.

En la superficie se observa otra bomba a petróleo que suministra oxígeno contaminado con dióxico de carbono al buzo que allí abajo se juega la vida. A ningún concesionario see le ocurre bridar a sus trabajadores tanques de oxígeno. La razón es que si el hombre es sepultado por el desprendimiento de las paredes se perderían.

Pero para que pensar en esas cosas eas. Es hora de divertirse.

El minero lleva una camiseta de Brasil. Detrás suyo jústamente cuando ya tiene en la cestilla sus "charpas" de oro que se apresta a pesar, le mira un matón a punta de anabólicos. Extaña alegoría. ¿Se trata de algún presagio?


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